ENSAYA LA TROUPE

En el libro “Crónicas de El Hachero” (publicado en 1940) dedica una de sus páginas a uno de los fenómenos populares que tuvo nuestro Carnaval: La Troupe. Con su estilo inconfundible nos pinta un visión de esa categoría que contó con tantos adeptos durante varias décadas del siglo pasado..

Autor: Julio Cesar Puppo, “El Hachero”

Cuando el grupo estuvo en la calle, “Fatiga” apagó la lámpara, y en el fondo negro del galpón brilló la lucesita del cigarro.
Después, un portazo.
Atravesamos el camino blanqueado por la luna donde se balancean dos álamos sonámbulos; recorremos muchas cuadras tiradas entre el rancherío silencioso del barrio pobre, y todavía bullen en los oídos, como espuma de jabón, los cantos vivos y alegres de estos reos líricos.
Sobre todo el sostenido final, que hubo que ensayarlo diez veces porque no afiataban. Allí, donde se dividen las voces y levantan los primos su cuerda al cielo y la hunden los bajos en una nota grave y temblorosa que les hace fruncir la barba contra el pecho.
De un ranchito nos atrepella un perro. A la carrera, furioso con los paseantes nocturnos, se da contra el alambrado y queda ahí ladrando.
“Fatiga”, qué está de mal humor porque mañana se tiene que levantar temprano, me pega un codazo para comunicarme su reflexión:
—Este barrio es así: cuanti más pobres son, más perros tienen. Ocasiones pienso si serán pa cuidar los tesoros.
Los muchachos del cuadrito me agarraron por su cuenta, llevándome a presenciar los ensayos de la troupe.
Son quince, es decir, los mismos jugadores más el tesorero y los tres suplentes.
El verano, ha puesto un paréntesis en las jornadas oficiales de la canchita. El carnaval viene a traerles una hora de expansión sentimental.
Me gustan esas cosas. Me gusta ver a esos muchachos con el alma abierta como una flor de amor, al artilugio del fuelle y los violines.
Me gusta verlos así, tiernitos alrededor de una misma emoción, dando a las estrellas la queja de sus canciones enamoradas.
Me gusta ese ambiente que se contagia y se filtra en el corazón, y nos lleva en alas de la música y de los versos, a buscar el portoncito que todas las noches nos ve llegar con un cariño nuevo y dejarlo así, a los pies de la chiquilina para levantar su pedestal de diosa.
—Negro: lleváme con vos!
—Lo pensaste bien, mi negra?
Cuando el grupo estuvo en la calle, “Fatiga” sopló la lámpara y se fundió en la negrura del galpón.
En las orejas aletean los últimos versos, como mariposas, y el alma todavía se disuelve en la ternura de la música. Es una noche linda, clara. Alcanza a divisarse, de la calle, los cercos salpicados de madreselvas que perfuman el aire tibio.

Y vienen los recuerdos…

Fue una noche de Carnaval. El portoncito lo vio llegar, como siempre, con su bagaje de cariño al hombro.
—Negro: lleváme con vos!
—Lo pensaste bien, mi negra?
—Te lo dije mil veces y ahora te lo repito: te quise, te quiero y te quedré!
Bajó la cabeza atolondrado. Adentro sentía el baile loco de su corazón, quemado por el fuego de aquellos ojos queridos que lo miraban resueltamente.
—Vamo a esperar, vieja…
Fue una noche de Carnaval. El, se fue a dormir con la emoción de aquel cariño. Ella, tentada por las amigas, fue al bailongo de disfraz de “Los Rosales.
Ahora, no quisiera continuar recordando. Sin embargo, lo arrastra un deseo malsano de vivir. Pasaron unos meses.
La piba estaba enferma. Enferma de su pecado y de su traición. Vaya a saber cómo se enteró él de la felonía!
A lo mejor, ella misma se lo confesó. Son tan audaces las mujeres cuando saben que uno las quiere!
—Decime quién fue! —rugió desesperado.
Ella, abatida, sollozaba.
—Decime quién fue Dios, Dios mío!
La pobrecita madre en ciernes, no se atrevía ni a levantar sus ojos quemados por el llanto.
—Decime quién fue, te digo!! Yo haré que repare esta falta!
—No sé —musitó al fin la paloma engañada.
—No sabés, eh? No sabés?
—No..
Hay una expectativa breve y angustiosa.
—No… —repite ella recuperándose lentamente.
El respira fuerte, jadea.
—No sé —concluye entre sollozos— porque fue un mascarita … en la “Plazoleta Viera”…
Es una noche clara y linda. Los cercados alargan al caminante el beso perfumado de madreselvas.
Y todo ello incita al recuerdo, al alma abierta por las canciones como una flor de amor.

Cuando Montevideo se quedo sin el hachero

Se puede decir, y hasta afirmarse, que Julio César Puppo, El Hachero, se pasó más de cuarenta años de su vida escribiendo sobre Montevideo. Contemplando los rincones de la ciudad, los barrios humildes de la ciudad, los personajes de la ciudad.

Autor: RUBEN BORRAZAS
(Publicado en Diario “La República” el 15 de Julio de 2006)

La avenida 18 de Julio en los años treinta, cuando El Hachero comenzaba a retratar la ciudad y sus personajes.
En todas sus crónicas, recogidas en diarios, semanarios y revistas, se advierte un sentido de observación y de atención muy agudos para descubrir las características de la urbe montevideana. Mostrándo un mundo, por momentos, desconocido y fascinante y que constituyeron sus temas recurrentes. En todo lo suyo, los nombres de calles, de bares, y los escenarios futbolísticos, fueron los espacios físicos que determinaron su escritura, trasmitiendo el genuino hálito de todo lo popular.
Había nacido en la barriada del Cordón, el 10 de junio de 1903. En el año 1923 se inició como periodista deportivo en las páginas de El Diario, que estaba dirigido por Héctor R. Gómez. Lentamente sus notas fueron cobrando una inconfundible personalidad, aliento de calle y notable calidad de escritura que se afirmó, cuando ingresó a El País y comenzó a convertirse en un auténtico maestro del periodismo, eligiendo a la ciudad como su escenario lírico. Luego la fuerza de sus innumerables notas, adquirieron mayor relevancia a su paso por Fútbol Actualidad, El Nacional, El Sol, Mundo Uruguayo, Marcha y la inolvidable revista Peloduro.

Crónicas de El Hachero

Cuando en 1940 apareció su libro Crónicas de El Hachero, Julio César Puppo decía en el prólogo: “Quienes me animaron a reunir en un tomo estas notas periodísticas, las consideraron de valor como pintura de un ambiente y sus costumbres. Y yo, que las escribí para el diario sin pensar en ello, al releerlas, me lo creí. Porque es tanto el cariño que le tengo a este Montevideo nuestro que, se me ocurre, lo menos que podía hacer era asimilar en sus detalles, todas esas cosas suyas que admiro, que quiero.”
Sin embargo la escritura de Julio César Puppo, muchas veces, no fue reconocida como era debido. La ubicación de sus notas en las páginas deportivas de los diarios sirvieron para que los indiferentes y poco afectos a la cultura física menospreciaran, con arrogancia intelectual, la calidad de sus trabajos, sin advertir que tenían en su lenguaje, un encanto singular y mucho de alto vuelo literario.

Ese mundo del bajo

En su segundo libro Ese mundo del bajo, editado por la desaparecida editorial Arca, en el correr de 1965, El Hachero reunió una serie de crónicas; “…que son un ejercicio de buen humor, de enternecida gracia, de buena literatura, esa de nuestra gran tradición de costumbristas y memorialistas, esa que corresponde a un narrador cabal.”, estampó en la contratapa del libro Angel Rama.
En las páginas de este libro toma fuerza la desaparecida calle Yerbal, que fue el centro del bajo montevideano en los años veinte y treinta, que se extendió a toda la Ciudad Vieja con su vida tumultuosa, frecuentemente fuera de la ley, pero inventiva, libre, generosa, a la que muy joven se asomó Julio César Puppo, de la que quedó prendado y deslumbrado y a la que consagró, gran parte de su talento de escritor. El Hachero, a esa altura, comenzó a formar parte con sobrados méritos de la nómina de escritores de más alta consideración que ha tenido nuestro país.
Pintó como pocos las vivencias y las experiencias de los años veinte, treinta y cuarenta, del siglo pasado, en nuestra ciudad, sus crónicas, siguen teniendo interés narrativo y aliento vital, con su prosa inteligente, para quienes lo descubran, sepan leerlo y releerlo.
Falleció en la ciudad que lo vio nacer el 15 de julio de 1966.*

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