LA ESENCIA ES LA MISMA

Murgas actuales, las del pasado, como se vivieron los años oscuros, la evolución de los vestuarios, algunos de los temas abordados por Néstor Pallares, en esta nota extraída de Ultimas Noticias, suplemento de Carnaval Nº 2, febrero 2000.

Autor Néstor Pallares

Los cambios han sido muchos y notorios. Las grabaciones de la década del setenta ya parecen llegarnos desde el túnel del tiempo. Cambiaron los vestuarios, los arreglos corales, los textos, el movimiento. De la barahúnda infernal y desordenada se pasó a la puesta en escena casi teatral, con movimientos detenidamente estudiados y ejecutados con precisión exacta. Ya no hay que buscar dentro del coro al murguista que vocalice mejor, viejo truco de épocas pretéritas, para comprender el texto. Las interpretaciones son claras y fácilmente comprensibles. Luego de la etapa del lujo magnificente en los vestuarios, se ha pasado a la del buen gusto reflejado en combinaciones de colores y telas, que por supuesto no son las arpilleras que vistieron a los “patriarcas” de la categoría, claro está, excepción hecha de la BCG.
En algunos casos esos cambios llegaron de a poco. Como consecuencia lógica de la evolución que tienen todas las cosas. En otros casos fueron bruscos. Marcados por propuestas que recogieron el apoyo de la gente y terminaron arrastrando hasta a aquellos que en un principio fueron firmes detractores. Así aquellos cuplés de letras superficiales, que buscaban fundamentalmente la risa, dejaron paso a la elaboración que se da hoy en día, transitando por diferentes caminos de las problemáticas sociales, de comportamiento, de costumbres, sin dejar el tono de ironía, pero apostando en partes iguales a la diversión y la reflexión.
La Soberana es un punto ineludible sí hablamos de evolución. Cuando en el 69 “Pepe Veneno” la puso en la calle terminó con un montón de viejos mitos que parecían inamovibles. La murga de La Teja cambió el estilo de cantar, los arreglos, el movimiento escénico y hasta el acompañamiento musical, con la introducción de instrumentos fuera de la tradicional batería. Claro que esto no era nuevo, pero sí marcó una diferencia en lo que refiere a la calidad musical del espectáculo.

Los años oscuros

La década del setenta y con ella la dictadura en nuestro país, también fue elemento determinante para que muchas cosas cambiaran. Los militares arremetieron contra el carnaval, conscientes de que se trataba de la manifestación popular de mayor peso y éste respondió con una cuota increíble de inventiva y sutileza, para transmitirle a la gente lo que esta quería escuchar, mediante “códigos” secretos” que permitieran evadir la férrea censura. También fue necesario afinar aún más la vocalización y claridad de los coros, de manera que el mensaje llegara a todos los espectadores.
Este síndrome de la dictadura se extendió más allá de ella. Costó volver a las pautas naturales de la murga en materia de texto y ello recién comenzó a concretarse a fines de los ochenta. De ahí en más, con los cambios lógicos que imponen los tiempos, de a poco todo se fue encauzando nuevamente hacia la esencia misma de la categoría, con crítica satírica, de la que no se escapa nadie, con alta cuota de humor y alejándose de ese límite tan peligroso que puede hacer caer en el panfleto.

Los vestuarios

Cuenta la historia de aquellos trajes artesanales, a pura arpillera, que vistieron los pioneros de la categoría. Que de a poco fueron dando paso a los colores, las fantasías sobre trajes típicos de todas partes del planeta, hasta llegar a la magnificencia de los años setenta, con un lujo y brillantez desbordante, que poco tenía que ver con la esencia popular que la fiesta de Momo tiene. La situación económica y la creatividad se sumaron para superar esta etapa y llegar a la de hoy, en la que se busca la funcionalidad, la relación con la propuesta artística que se plantea, todo ello rodeado de un colorido e ingenio que demuestran la capacidad de los profesionales de nuestro medio.
En este aspecto Los Rebeldes, desde San José, han dado cátedra en materia de creatividad, con realizaciones plenas de ingenio y asociación al espectáculo, partiendo de los elementos más impensables como atuendo, aún para un conjunto de carnaval.
También esta variante llegó al maquillaje que dejó de ser obra de los propios murguistas para convertirse en pequeñas obras de arte en cada rostro, combinando colores con los trajes y buscando reflejar por la vía de las formas lo que se está diciendo a la gente.
Del camión al moderno ómnibus. De las recetas mágicas siempre en base a bebidas alcohólicas a los medicamentos para preservar las cuerdas vocales. Del desorden provocado, a la puesta en escena trabajada en decenas de ensayos. De la arpillera a la seda. De la lágrima o la estrella a la más rebuscada obra de arte pintada en el rostro. Murgas de ayer. Murgas de hoy. Cambios que marcó el gusto popular, indudablemente influenciado por la evolución de los medios y la tecnología. Cambios también que fueron marcando las diferentes etapas que vivió y vive el país. Cambios para bien. Porque no han perdido la esencia murguera que nació con el siglo y lejos de morir con él, se revitaliza en cada carnaval.

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