CARNAVAL… ETERNO UNIVERSO DE SUEÑOS TRAZANDO UNA MÍSTICA DE PASIÓN POPULAR

El Almanaque del Banco de Seguros del Estado ha sido durante muchos años un compendio de la cultura popular uruguaya y de su edición de 1988 rescatamos esta nota dedicada al Carnaval, concebida por uno de los más prestigiosos periodistas de nuestro medio.

Autor: Nelson Domínguez
“La vida y los sueños son las hojas de un mismo libro”, decía Schopenhauer,y en esa frase se resume, en buena parte, la mística del Carnaval, de esa genuina pasión de multitudes cuyos orígenes se pierden en las brumas de la historia y que en nuestro país forma parte de las más hondas y arraigadas
tradiciones.
Una suerte de comunión íntima, enraizada hasta lo más profundo del sentimiento, trazando la mística de Momo, el Dios de la burla y el sarcasmo,
que a través de los tiempos se fue acriollando en su puntual reinado de un mes al año hasta convertirse, sin duda alguna, en algo que identifica en la
vertiente popular al uruguayo medio.
La cadencia callejera y rumorosa del Carnaval, la magia del fútbol en un macramé de lujo, el tango traduciendo las alegrías y las tristezas, las quimeras y las frustraciones, los sueños y las desesperanzas del hombre rioplatense y esa semana criolla de la eterna lid del coraje entre el paisanaje bravío y el bagual indómito renovando una fiesta que trae el hálito telúrico del campo a la ciudad.
Facetas distintas pero unidas por el común denominador de la vibración y el fervor callejeros que hacen a una forma de sentir, de emocionarse al compás de capítulos que forman parte de nuestras propias vidas.

“El mundo todo es máscaras, todo el año es Carnaval”, decía hace un siglo y medio Mariano José de Larra en uno de sus agudos artículos de costumbres y sin entrar en polémicas sobre si esa visión pesimista es en alguna forma válida debemos convenir, eso sí, con lbsen cuando expresaba con su lenguaje
franco, entrañable, que la vida es un juego en grande.
Cada Carnaval, por encima de todo, es un capítulo en pequeño de nuestra propia existencia; una anécdota sin duplicado posible que cada doce meses se enlaza con las anteriores y va formando ese libro nunca impreso, pero siempre vigente, de la propia razón de ser y sentir del hombre en su óptica popular.
Significa, para traer al recuerdo una frase del inolvidable Julián Centeya, hombre de la poesía esquinera, de la alta noche y el chamuyo lunfardesco, el retorno a “la dimensión universal del barrio” que siempre se lleva atesorado en el corazón.
Porque si el tiempo es olvido y es memoria, como quería Jorge Luis Borges,el Carnaval es una, y otra, y otra vez, por siempre, esa traviesa serpentina de suave nostalgia, de cálida melancolía que no es tristeza, como algunos podrían equivocadamente a nuestro juicio suponer, sino sensibilidad y ternura.
Ya lo decía el inolvidable Julio E. Suárez, “Peloduro”, maestro de la caricatura y la crónica costumbrista de raza cuando en sus celebradas
“Charlas con Juanjulio” expresaba entre otras cosas que “estas generaciones que vienen empujándonos desde que nosotros, Juanjulio, dejarnos por imposible la misma novelería han de venir preguntándose mientras crecen, se defraudan y desembocan en la hipocondría: ¿qué es el Carnaval?. Si no tomás toda la sopa (dice una madre con cierto vareliano concepto de la docencia
maternal) si no tomás toda la sopa, no te llevo luego al Carnaval. Y el chiquilín toma toda la sopa ese día, un año y otro año, y otro año, hasta que descubre, con algunas canas en la cabeza y en el alma, que tal vez esa alegría no existe más que en la esperanza y que en ciclos más apretados de
su historia esa alegría no es más que la misma felicidad que buscamos en ese más trascendido tránsito de la vida…”

Perfil de un creativo

Nelson Domínguez durante más de cuatro décadas fue uno de los referentes del periodismo nacional. Su pluma estilizada contribuyó a enaltecer las crónicas de prácticamente todos los medios de difusión escritos de nuestro medio y tuvimos oportunidad de nutrirnos de su sabiduría carnavalera primero en Carnaval vivencia de un pueblo y, posteriormente, en Carnaval del Futuro, en donde nos acompañó durante tres temporadas (1998 al 2000). Un experto en el manejo de las páginas policiales, un especialista en el tango (merecedor del Premio Morosoli en 1998, por su trayectoria en el rubro), un poeta en las narraciones de los festejos de la semana criolla y un símbolo en el periodismo carnavalero, poseedor de un particular estilo que lo convirtió en un abonado a los primeros premios en los certámenes de notas organizados por la Intendencia Municipal de Montevideo.
“Carnaval.. suelta al aire tu carcajada que la risa es inmortal.. “ decía en una de sus perennes canciones el nunca olvidado bohemio Salvador Granata y aún hoy, cuando la máxima fiesta popular del pueblo uruguayo ha cambia do radicalmente en muchos de sus enfoques por la lógica evolución
hacia el espectáculo de masas, continuamos tarareándola cuando la nostalgia cuelga cascabeles de bullicio a las calles de la ciudad. Y de esa misma forma la historia se recrea en los capítulos de la memoria, a la búsqueda del tiempo perdido, al decir de Proust, sin que pueda evitarse que la realidad se confunda a veces con la ficción y viceversa.
Mucho de los orígenes del Carnaval en el mundo tienen su cuota de misterio, de enigma para siempre y las opiniones de los estudiosos están divididas también en lo que refiere al término que caracteriza la fiesta.
Para muchos, tal vez la mayoría, Carnaval vendría del italiano “camivale ” y carnestolenda del latín “carnem”, carne, y “tollendus” o sea quitar,sacar, retirar, dos palabras que originalmente aludieron a la abstinencia de la carne que la doctrina católica prescribió a sus fieles desde el miércoles de
Ceniza hasta la Pascua de Resurrección, en memoria de los cuarenta días que Jesús ayunó en el desierto. Así lo interpretaba Covarrubias en su obra “Tesoros de la lengua castellana” mientras otro investigador, Rademarcher, opinaba que pudo haberse originado en un vehículo que parecía una barca con ruedas y participaba en los cortejos griegos dionisíacos o germanos de la Diosa Nerta, llamado “currus navalli”. Pero sin embargo el mismo estudioso no negó la posibilidad que el término Carnaval se haya originado en la Edad Media por la frase del Papa Gregorio Magno, “carnes levanda”, que se habría
transformado en “carnevale” y finalmente en Carnaval.Pero al margen de interpretaciones y datos históricos que dan pie a inevitables polémicas históricas, y cuya enumeración excedería en mucho los límites de esta nota, puede sí afirmarse que nuestro Carnaval tuvo una clara influencia española, aunque con reminiscencias de las célebres fiestas de Venecia o de Niza.
Por esa misma formación nació sin ánimo licencioso, fetichista o supersticioso como se caracterizaban, para dar algunos ejemplos, las célebres “Bacanales” de Atenas, las ‘Saturnales” de Roma y las celebraciones “de los locos “, “del asno ” y “de los inocentes” en Francia.
Aquí, en la entonces colonial San Felipe y Santiago de Montevideo el Carnaval empezó con los infaltables juegos de agua, que derivaron en algunas situaciones enojosas y por ello en 1799 el gobernador español don José de Bustamante y Guerra prohibió tanto esos juegos “acuáticos” como los más riesgosos con huevos en mal estado, que estallaban en los severos ropajes de caballeros y damas y a veces hasta en sus propias cabezas…
Carnavales pioneros de las comparsas y los cortejos galanos y en ese vuelo de los recuerdos aquel lejano 1880 en que se realizaban los primeros corsos (o “cosos como se les decía entonces) en la Montevideo todavía aldeana por las calles estrechas de lo que es hoy la Ciudad Vieja.
Corsos por cierto que majestuosos, con doble fila de carruajes con flores y “tirados” por magníficas yuntas de caballos. Las crónicas de la época, que aparecen ahora con la pátina de lo romántico, son bien elocuentes y mencionan que la marcha era abierta por jóvenes de la alta sociedad los
cuales en briosos corceles lucían pantalón largo de montar, chaleco blanco, jacquet negro y galera de felpa siguiéndoles las clásicas rondallas con todo
el bullicio de su música pegadiza.
Recuerdos que se hacen cascadas de referencias históricas como el antiguo “Teatro de Verano”, de Andes y Mercedes, donde Mesa y Perdiguero convocaban a la risa con sus desopilantes cuplés de actualidad y la legendaria murga pionera “La Gaditana”, llegada de España para actuar en el viejo Teatro Casino. Conjunto que hacía su música con saxofones y rudimentarios pistones, cuyo sonido se asemejaba al de un papel fino contra un peine. Y dos años después de la irrupción de esos españoles, el surgimiento de la primera murga netamente criolla, denominada “La Gaditana que se va”, como homenaje a su precursora de la Madre Patria, que bajo la dirección de un singular personaje llamado Antonio Garín divertía a todos con su estilo chispeante y picaresco desde la desaparecida terraza de Ramírez, cuando lo que es hoy el Parque Rodó era conocido aún como Parque Urbano.
Todo es historia, claro está, y entre ese fluir de evocaciones no puede omitirse, en apretada síntesis, el recuerdo del primer tablado que tuvo Montevideo, cuando corría 1892 y que estaba ubicado en la vieja Plaza Saroldi, hoy “Silvestre Blanco”, de la avenida 18 de Julio a la altura de la actual Daniel Fernández Crespo.
El tiempo fue pasando y las viejas comparsas improvisadas derivaron en los conjuntos que en distintas categorías fueron trazando la mística de la más
popular de las fiestas del pueblo uruguayo.
La sátira, el ingenio, la crítica y el bullicio de la murga, verdadera “crónica oral” de lo ocurrido durante el año; el ¡ borocotó chás chás ! cautivante de las sociedades de negros lubolos, heredando en cierto modo aquellos bailes y cantos del colonial Paseo del
Recinto de los negros sometidos a la aberrante esclavitud, en la ciudad que no iba más allá del perímetro amurallado; el grotesco y a la vez el movimiento elegante y las voces privilegiadas de los parodistas, la chispa callejera de los humoristas, el despliegue lujoso de los conjuntos revisteriles, los artistas individuales, o solistas, que en el decurso de los tiempos surgieron en la fértil cantera de esos festejos.
Nombres y escenarios que darían más para un libro que para una nota periodística: los pioneros de las murgas, con ‘Pepino” y “Cachela” como símbolos bien arquetípicos; la fecundidad de Granata y “El Loro” Collazo, entre otros, dando vida a las ‘troupes”, el inefable “Marqués de las Cabriolas”, que tuvo varios titulares pero ninguno como el gitano Eduardo Lametz, con su efímero y loco reinado de cartón y papel pintado; los carros alegóricos de artesanos de la talla, entre una larga lista, de Pietromachi y Fayol, los corsos de 18 de Julio y Pocitos, de Colón y Capurro, de 8 de Octubre y General Flores…
Los “veglionis” en los hoteles municipales, los artistas de fama internacional jerarquizando esas veladas bailabas, como esos vibrantes “Lecuona Cuban Boy’s” para dar un ejemplo entre decenas, que con su célebre conga hicieron conocer en el mundo los destellos del Carnaval del Uruguay.
La farándula bulliciosa, papelitos y serpentinas, multitudes fervientes, la melancolía del payaso que ríe y llora a la vez, de cabezudos y máscaras sueltas y entre el rezongo de los fueyes un tango que hizo época y surge ahora como una postal sin tiempo sobre la fiesta de máxima atracción popular:

“Fue un Carnaval en el ayer que te encontré
y desde entonces tu recuerdo vive en mí
de tu disfraz de mora ardiente me hechicé
mientras un tango sollozaba en el violín…

Los años fueron corriendo raudos, como en alas del viento, y el Carnaval, acompasándose a esa lógica evolución, cambió su imagen, se hizo neto espectáculo de masas, con despliegues visuales cada vez mayores, aunque conservando el mismo duende de antaño, el que lo caracteriza en sus fibras más íntimas y pauta su propia esencia, su íntima razón de ser.
Se ha innovado en todos los órdenes, desde la vestimenta a los arreglos corales pasando por la coreografía y todos los recursos técnicos de una
puesta en escena moderna, y a veces hasta fastuosa, pero en esencia el símbolo permanece intacto, el mensaje es el mismo y el eco popular no cede un ápice para redituar un genuino fenómeno artístico que con cifras indesmentibles a la vista convoca en apenas un mes más público que el resto de los espectáculos públicos juntos en todo un año.
Por eso, objetivamente, el Carnaval es alma y palpitación de pueblo, sentir de calle, sentimiento enraizado para sentirnos identificados con un gorrión de cara pintada, con el tambor moreno que alienta cálidos ancestros, con el ingenio que convoca a la risa, pero también a la reflexión, sobre un escenario cualquiera.
Como ayer, como hoy, como siempre, la mascarada renovará puntualmente su palpitación y viviendo el presente, aunque sin soslayar la tenue nostalgia y de cara al porvenir, el coro trasnochado nos estará reintegrando, una vez más, el abrazo fraternal hecho canto de calle:
“Barrio amigo… queremos dar el tibio abrazo del amigo fiel y del obrero en su trabajo el ímpetu de fe, estar prendidos en el beso de una madre que recibe al hijo que retorna y vuelve a estar con él..simbolizarle al estudiante, la aurora que aprender”

PARODISTAS-HUMORISTAS

La imaginación es el ojo del alma, decía Joubert, y ello puede aplicarse sin duda alguna a parodistas y humoristas, categorías carnavalescas que año a año, en cada propuesta, renuevan su mensaje, aportando innovaciones de todo orden. El grotesco, la farsa, la picaresca callejera de los parodistas, pero junto a ello su ternura a flor de piel para recrear personajes, episodios o situaciones con la óptica de lo festivo y también con la reflexión y el enfoque social en sus planteamientos. Esos parodistas que surgieron como categoría de Carnaval en 1939, al impulso del impagable “Loro” Ramón Collazo con sus “Parodistas de Chocolate”, maquillados a la manera de Al Johnson en “El cantor del jazz”, filme que inaugurara el período sonoro. Tejiendo fantasías, con la sonrisa del clown que muchas veces llora por dentro y trasmite su humanismo, el parodismo alcanzó en los últimos tiempos impactante evolución en todos los rubros asumiendo categoría de notable espectáculo visual.
Y junto a ellos los entrañables humoristas, hermanos suyos en la vertiente carnavalera, capitalizando también ricas experiencias traducidas en una notable superación de todas sus facetas.Cantera inagotable, asombrosa en ambos casos, de artistas que trascendieron a la fama, en versátiles disciplinas, en ambas márgenes del Plata.

REVISTA

El despliegue del vestuario, el mundo íntimo del viejo varieté, la “vedette” impactante, las espectaculares escenografías, los cada vez más plenos avances coreográficos, las canciones y los sketchs, el humor y la picaresca caracterizan a la revista carnavalera, que acredita en su historia conjuntos y figuras para el mejor de los recuerdos.
Una categoría de Momo siempre en constante búsqueda de nuevos matices y a través de su aporte el hálito del “teatro de revistas,” tan caro al afecto
de los rioplatenses. Año a año la puesta en escena y la propuesta de cada conjunto de ese rubro es un nuevo desafío a la imaginación de sus creadores trabajándose con los modernos recursos del mundo del espectáculo, siempre cambiante aunque sin olvidar en modo alguno a los precursores, a los que abrieron el surco para la fecunda siembra. Miles de anécdotas y vivencias y como un símbolo para siempre aquellos versos querendones de Reggiardi, a los que “El Loro” Collazo les puso una noche de quimeras la melodía pegadiza de su inspiración:
“Vamos todos.. al tablado
que ya viene una comparsa
con su música y sus cantos
y el ingenio de su farsa…

MURGA

“Murga es el imán fraterno que al pueblo atrae y hechiza… dicen los versos de una de las más celebradas composiciones carnavaleras y en ellos, en el comienzo del tema que casi todo el pueblo cantó alguna vez, se sintetiza la entrañable mística de esos “gorriones de cara pintada, con vuelo de serpentina “, como los definió Carlos Modernell, en una glosa para siempre.
Vertiente carnavalesca identificada con el más hondo sentimiento popular para traducir en su mensaje la chispa, la sátira, la crítica social, el ingenio; ese grotesco que casi siempre convoca a la risa pero también, en la misma medida, a las más hondas reflexiones.
Saludo, cuplé y retirada… La crónica oral del año que el coro desgrana por todos los barrios de la ciudad renovando una mística en cuyos innumerables capítulos fulguran conjuntos y nombres de leyenda. La murga viene, la murgase va, como el propio tránsito vital, y en la despedida la poesía popular se
hace carne y sentimiento:
“Se apagarán las luces el bullicio de los niños
y volverá el silencio se sentirá, a los lejos
tablones y cajones y un camión bullanguero
dormitarán en paz se llevará el cantar… ”
Aunque siempre, ¡siempre!, con la eterna promesa de volver por senderos de ilusión.

CANDOMBE

Un ¡ borocotó chás chás ! Rumoroso, mágico, cautivante, que se estira en alas del tambor como buscando el ancestro entre las brumas de los tiempos.
La mano firme, segura, que arranca a la lonja bien templada las cadencias candomberas; las bailarinas de cuerpos de junco y caderas como altares, al decir de Julio César Puppo, “El Hachero”; la “vedette” impactante y la “mama vieja” pícara y matronesca con su sombrilla y su abanico; el “gramillero” temblequeante, de blanca barba y su infaltable maletín con los yuyos, como “médico” de la tribu; el “bastonero” que dibuja maravillas con su escobita
saltarina, haciendo el lujo de una destreza que es sello distintivo de la comparsa.
Y entre recuerdos y esperanzas, transitando los carnavales de la vida, ese verso de Cándido Belando Viola que lo dijo todo en su honda expresividad:
“Donde el negro vive y el tambor resuena
el candombe escribe su canción de arena.
Allí está mi raza, porque allí estoy yo
morirán las casas, el candombe no…

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1 respuesta

  1. Orlando dice:

    Siempre quise saber el autor de “mora dpnde andaras ahora”. Lo he bnombre del uscado pero no lo he podido encontrar. Y ahora me topo con parte de la letra en este hermoso artículo pero no sr menciona al autor… lástima pirque cada vez quedamos menos a quienes preguntarles.

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