CARNAVALES SIN GOMINA

“Maneco”, fue una de las plumas señeras de nuestra literatura y ejerció la política con un estilo frontal y sin medias tintas, jugándose por sus convicciones. Sus “Contratapas” en el semanario Marcha, fueron una fuente de sabiduría, abordando los temas mas diversos; el 8 de marzo de 1950, la dedicó Carnaval como temática y hoy se la ofrecemos a nuestros navegantes.

Autor: Manuel Flores Mora
Seguramente ignora la rubia Abbe Lane, con sus tres millones de pesos en piernas, la historia de su reino. Exaltada a la monarquía del carnaval montevideano por el deslumbramiento de la Comisión de Fiestas, no ha tenido tiempo sin duda la “crooner” de Cugat para imponerse de la larga crónica de otros Reyes, antecesores suyos, que reinaron también sobre el territorio intangible de nuestros carnavales.
A ilustrarla un poco, a ilustrar también y de paso, al olvidadizo montevideano más atento a la historia de China que a la de la tierra propia,
va encaminada esta nota. Entre la mucha agua corrida bajo los puentes desde que Zavala nos fundó, la arrojada en millones de baldes durante los
carnavales de más de un siglo, no es tal vez la que importa menos.

El linaje de Abbe Lane

En el principio del carnaval están los negros. Se juntaban en el recinto para el candombe y se dividían en naciones: los Congos, los Mozambiques, los Benguelas, los Minas, los Cabindas, los Molembos… Como consecuencia de lo cual no había un Rey, sino muchos: uno por nación. Como se les llamaba
también tíos, eran el Rey tío Tal y el Rey tío Cual. Sus apellidos, apellidos de esclavos que tomaban el de sus amos, reflejan como un espejo oscuro, el nombre de las mejores familias del tiempo. Rey tío Francisco Sienra, Rey tío José Vidal, Rey tío Antonio Pagola. Junto a ellos, igualmente negras y con apelativos igualmente patricios, reinaron las Reinas tía Felipa Artigas, tía Patrona Durán … Isidoro De María, que recogió para la posteridad estos nombres históricos, aclara que entre todas las Reinas, la que hacía mejores pasteles era la Reina tía María del Rosario, que tal vez por esta cualidad personal no precisó apellido con que distinguirse para después.

El tango Calungangüé…

El lugar de los candombes era el Recinto: el “estrado”, la “cancha”: es decir, el lugar de los bailes. Antes de que “la cancha” fuera por antonomasía la cancha de fútbol, fue para los montevideanos por antonomasía la cancha de baile. La cancha, la sala, el salón, la Academia.

Para ilustrar la importancia de estos “tangos”, como se llamaban genéricamente los bailes del Recinto, baste decir que los amos concurrían con sus familias a verlos. Y que los negros se vestían para esas ocasiones con las ropas de los amos. De María lo cuenta y detalla el vestido de los que tocaban el tamboril y la marimba y bailaban. “Los tíos agenciaban sus casacas, calzones, levitas … corbatines, elásticos, galera alta, y por fin, cuanto podían para vestir de corte”. “Las amas y amitas … se esmeraban en ataviar a la Reina y a las princesas, proporcionándoles vestidos, blondas, cinturones, collares. “Todo lo prestaban las amas de sus negras, “menos, por supuesto, la cabellera, por aquello de que ya se hará cargo el lector”.
Cuando con el tiempo los amos dejaron de ser amos, y hasta de ir a ver a los negros, éstos tuvieron que entrar a la ciudad para mostrarse. En grupos, con el tamboril a cuestas, la recorren todavía en carnaval. Nadie recuerda ya el Recinto. El Recinto no existe hace mucho. Pero de él queda todavía “el
escobero”, único bailarín del candombe, que marcha a su cabeza. Y todavía, como en 1800, el bailarín lleva galera. Y todavía circula, desgajado del
grupo, como en el tiempo del Recinto, la bandejita que recoge monedas.
No hubiera creído seguramente el Rey tío Antonio Pagola, que con el andar delos tiempos el candombe tendría no Reyes sino Reina. Una sola sobre todas las naciones. Y por añadidura, rubia y extranjera.

La era del agua

En “El tiempo de los tres botones”, Máximo Torres nos cuenta cómo fué el carnaval que vino después, el “heroico”.
Las armas generales no eran el papelito ni la serpentina, ni el ya extinguido “pomito de éter”: eran el agua y los huevos, que están en el árbol genealógico de aquellos, como los Reyes negros en el de Abbe Lane y como el “calunga calun gangüé” en el de la raspa.
Empezaban “los juegos” -ya veremos qué juegos- a las doce, y la señal eran dos cañonazos de las baterías del Fuerte de San José. En el mercado se izaba un gallardete y el campo quedaba libre para los juegos hasta que los cañonazos del anochecer lo indicasen.
“Dos minutos después del disparo, que se esperaba con ansiedad por los que temían la multa, se oía un galope: un jinete, de camiseta garibaldina,
pantalón corto, mostrando las medias y atravesado el pecho con un aro de miriñaque forrado de tul verde abullonado a guisa de corona … aparecía a
la vista.”

Los Cantones

“A las dos o tres de la tarde, aparecían los cantones, los inolvidables y formidables cantones con su bandera cruzando la calle en que se leía: NO
PEDIMOS NI DAMOS CUARTEL.”
Eran los cantones agrupaciones familiares, formadas por hombres y mujeres, niños y viejos, acompañados por sirvientes, parientes y amigos que recorrían las calles en son de guerra y armados de agua. Peleaban a baldazos y huevazos entre ellos o contra el heroico elegante que salía de “bota
granadera, pantalón blanco y camiseta de seda celeste”, sin más compañía que la de sus sirvientes con cajones llenos de huevos de gallina, de avestruz y de cera.
“A eso de las cinco de la tarde, cuando el bárbaro juego estaba en su mayor auge, se oía un trepidar ensordecedor, murmullo de voces que se acentuaban de minuto en minuto y de pronto gritos, aplausos y vivas. Era la bomba de la Policía: un armatoste pesado, inmenso, arrastrado por muchos celadores y voluntarios, que venía a pelear con los cantones”. Algunos de estos se quedaban a pelearla. Y cuenta Torres que a veces triunfaban. Otra, era la Policía la que quedaba dueña del campo. Entonces, sin enemigos que combatir, la bomba policial se dedicaba ella a dirigir su poderosa manga contra los balcones llenos de mujeres y los hombres salían armados de baldes a la calle para resistirse.
Era el carnaval a muerte. Con heridos. Con ojos amoratados durante días por un huevo certero. Y con una secuela invariable de muertos de pulmonía o tisis.

El carnaval a muerte. El Cordón.

“El edicto policial, dice Juan Carlos Pedemonte que lo recoge, suscrito por el Jefe de la Repartición señor Santiago Botana, nos pone al corriente de
los hábitos carnavalescos de la época” (1861).

El edicto prohibía disparar balazos (!) y lanzar piedras

Establecía, además, penalidades y multas de veinticinco pesos para quienes “dejaran caer baldes de agua sobre los sacerdotes y militares en servicio”.
“Para los demás mortales no existía restricción ni racionamiento”. Se prohibía sólo “lanzar a los peatones o viajeros de los carruajes, pintura, almidón o barro!”.
Claro está que esto era en el Cordón, y el Cordón es el barrio con Dios aparte. Un Dios para el cual todo el año y toda la historia han sido siempre Carnaval. Piénsese que en este barrio, Artigas nada menos, antes de ser Jefe de los Orientales, fue Comisario. Piénsese que es el único de Montevideo donde hubo una batalla campal: la del Cardal. Fue en ese barrio del Cordón donde, cuando la ley libertó a los esclavos y la policía venía a reclamarlos, el francés Rigaud, histórico “machete” vecino de él, escondió a dos negros, atados, adentro del aljibe. Y cuando los negros gritaban, y el Comisario, sucesor de Artigas en tan alto puesto, preguntaba qué había adentro, el francés contestaba que agua no más. El Comisario tuvo que decirle que hiciera el favor de sacar unos baldes para ver si el agua era cristalina. .. o negra. Lo cuenta Pedemonte en su delicioso libro “Más allá de la ciudadela”.
Corresponde al Cordón la gloria de la última reina negra de candombes: Misia Marica, que vivió en el siglo pasado y a quien nadie daba el título de reina, Ya en desuso. Lo fue, sin embargo, Misia Mariquita … En su casa se hicieron las últimas fiestas candomberas al Santo Patrono de la raza, San Baltasar. A ellas debió ir, quizás, aquel famoso médico Juan Suárez, de que da cuenta Pedemonte, el que puso, “al recibirse”, un aviso en un diario, que decía:
“JUAN SUAREZ, mozo que fue hasta la fecha de un café de la calle de San Carlos en esta Ciudad, ha resuelto cambiar su profesión por la de doctor,
pasando a residir en el Cordón.”
Y la última del Cordón, recogida por Isidoro De María. Fue en la Iglesia y durante el corto período de dominación británica, resultado de las invasiones inglesas de principios del siglo pasado. A la hora de la misa, en pleno oficio y estando, por consiguiente, abiertas las puertas del templo, “se coló muy suelto de cuerpo un soldado inglés, y tomando asiento en un banco, se puso a comer pan con manteca. No hay que tomarlo a broma, porque los libros capitulares dan fe del hecho”. El cura se quejó del desacato pasando nota al Cabildo. “Este, a su vez, dirigió, otra sobre el hecho al General Achmuty, excelente persona, y no volvió a repetirse”.

Don Magín, El vencedor de huevos, mecánico inventor del huevo de cera

Don Magín es, por muchas circunstancias, la figura cumbre del carnaval montevideano a través de toda su historia. Aunque nunca le hayan concedido,
como a Abbe Lane o como a Tía Felipa Artigas, el título real. Tenía una entre casa de comercio y museo en la esquina de las actuales cales 25 de Mayo y Solís y, de acuerdo a la descripción de Máximo Torres, que lo conoció personalmente, usaba barba bajo los carrillos, sin bigote, en aquella forma de U que tanto desesperaba a Rosas porque era la inicial de “unitario”.
Distinguióse Don Magín en vida por muchas cosas señaladísimas. La primera de ellas: un mingitorio público, que había instalado en su casa, para beneficio de todos los que concurrían al teatro de San Felipe, “a ver Treinta años o la vida de un jugador, Los siete grados del Crimen, La huérfana de Bruselas, Guzmán el Bueno”, o alguna obra por el estilo. De más está decir que nunca le faltó clientela.
La segunda peculiaridad de Don Magín era su casa, casa de carnaval viviente, regida por la mecánica y sus curiosidades. “Se entraba a su casa por escotillón, dice Torres; se sentaba uno en bancos con secreto y de pronto se abría una pared.” El visitante de Don Magín, a quien éste dejaba deliberadamente solo -en una habitación con cualquier pretexto, se encontraba de pronto que “las estatuas de mármol del patio empezaban a mover
los brazos” o que “aparecía la cabeza de cera, ensangrentada, de un francés degollado por los blancos del Cerrito.” 0 que “entre las enredaderas se balanceban pescados embalsamados.”
Don Magín, a quien el carnaval de la época debió la invención, fabricación y venta de los huevos de cera, que venían a sustituir con ventaja a los de avestruz y gallina, porque siendo igualmente fáciles de arrojar lastimaban menos, era además el protector y organizador máximo del carnaval.
Don Magín aprovechaba y utilizaba en beneficio propio su museo usando para ello de una naturalidad imperturbable. Aparecía, por ejemplo, un día,
calzado con las zapatillas que habían pertenecido al Virrey Cisneros. Solía usar una bata que había sido de Garibaldi. “Y cortaba las hojas del libro”
que leía, como si tal cosa, “con el facón de Cuitiño”‘ Si alguien en el mundo ha sido alguna vez la encarnación viviente del carnaval, éste fue Don Magín, catalán de nacimiento y vecino de esta ciudad de Montevideo. Como quiera que sea, y en previsión quizá de que alguien quisiera ignorar en los siglos venideros este título, el impagable Magín configuró una prueba irrefutable: instaló la primer casa de alquiler de disfraces que ha tenido Montevideo. “Hoy, decía en 1895 Máximo Torres, cualquiera se disfraza de oso por un real, pero entonces las caretas de animales eran caras, y valían hasta dos o tres pesos. Cuando Don Magín abría su exposición de trajes con la gran muñeca de cera, giratoria, ataviada de rivo dominó, dando vueltas en medio de la sala, y los centenares de espléndidos disfraces y caretas multicolores, extendidos por todos lados, era de ver la sociedad distinguida de Montevideo concurrir a ella, disputándose las mejores piezas.”

El carnaval y la historia

De muchas maneras -está comprobado- puede ser escrita la historia. Desde el ángulo material, como quería Marx, o desde el punto de vista del sexo, como sostiene Freud. Puede escribírsela partiendo de la geografía, al gusto de Taine o de las individualidades, según lo prefiere Carlyle. Creo que fue el genial Huizinga quien propuso alguna vez la posibilidad de componerla desde el punto de vista de los siete pecados capitales.
Escribir la historia partiendo del carnaval no sé si será posible. En la Argentina, nada menos que Exequiel Martínez Estrada asegura que para entender la tristeza criolla, (es decir: la mentalidad, la historia criolla), es menester primero comprender el carnaval argentino: “El carnaval, agrega, es la fiesta de nuestra tristeza”. Es en las fiestas carnavalescas que hay que buscar la esencia de la vida de la nación, por ser la fiesta de la “impersonalidad y del anonimato, de oprimidos y descontentos”.
En el Brasil.. . Bueno, como dice Freitas, “ya alguien dijo que el brasileño realiza durante los tres días de carnaval lo que piensa durante todo el año”!
Yo no sé si la historia uruguaya se puede escribir partiendo de sus carnavales. Pero sospecho que, historiándolos a éstos, es posible cuando menos y adivinarla. Tampoco sé por qué murieron aquellos carnavales de negros, y los posteriores de agua, y los heroicos “a muerte”. Pero también lo sospecho.
Citaría, a propósito del ya citado Cordón, y de esta muerte definitiva del carnaval de antaño, que otros ya no lamentan, aquel episodio del comisario, cuando una mañana apareció muerto en su jurisdicción, tirado en la calle y con una herida de cuchillo que lo abría en canal, el famoso matón conocido
por “Indio” Benigno Mena.
Pedemonte la recoge. Preguntaron al Comisario aludido del Cordón quién había matado y cómo habían matado al Indio.
El sucesor de Artigas contestó, cachaciento:
-“Quién lo mató no sé… Pero conociendo al finao, es fija que el que lo mató, lo mató en defensa propia.”

Perfil de un creativo
Nacido en Montevideo el 4 de setiembre de 1923, Manuel Floras Mora, Maneco, ingresó tempranamente al mundo de las letras y enseguida se destaca por la fecundidad de su pensamiento, la sutileza de su estilo, la lógica de su razonamiento.
En la formación de Flores Mora -que amó a los clásicos hasta proponérselos a veces como modelo-, hubo sin duda ese período fermental, que es ineludible en todos los escritores pero que en su caso queda perdido en la bruma del tiempo. Es una lástima. Porque seria importante que dispusiéramos ahora de esos trabajos y pudiéramos desandar el sendero que luego le llevó a convertirse en un periodista que ahora es mirado como un maestro, en un político lúcido, en un escritor de alto vuelo -aunque todavía estén inéditas sus obras de teatro y una novela.
Esta última faceta de Maneco guarda, para las prensas próximas, una novela, tres obras de teatro, y otros escritos de los que solo se conocen breves cuentas pero suficientes para dar clara idea de que, a pesar de que su vida transcurrió entre las tormentas políticas y la agitación periodística, siempre conservó intacta la vocación literaria.
Por razones seguramente comprensibles, no entran aquí esos escritos, que no permanecerán inéditos por demasiado tiempo.
Para información somera del lector anunciamos los títulos.
La novela incompleta: “Alba de Tormes”.
El teatro: “Casandra” drama en 5 cuadros divididos en 2 partes, donde el autor se apoya en el relato homérico; “El Senado”, en cuyo ambiente polémico él vivió varios años, y una tercera, que se llama “Trastamara o el límite”. y transcurre en el tiempo de Doña Juana la Loca.
Quien lea ahora esta obra que la Cámara de Representantes en señal de homenaje le dedica – y en la que hubo de resumirse mucho su intensa actividad parlamentaria porque ella obviamente alude a hechos y personas sobre cuyo juicio la historia no ha tenido tiempo de decantar opinión -o verá que todo lo que se ha recogido en ella vale por sí mismo. Pero si hubiera que destacar algo, quizás conviniera detenerse en las famosas “Contratapas” de “JAQUE”, que Maneco escribió con intención demoledora, aprovechando cuanto resquicio le dejaba el régimen de esa época para meter entre ellos el cincel o cortafierro de sus ilevantables razones, que tanto contribuyeron a la recuperación de la cultura democrática del país.
Con una “Contratapa” se fue Maneco en el momento justo en que la luz recuperada entraba de lleno en el Uruguay, otra vez democrático.
El no alcanzó a vivirlo. Pero su imaginación poderosa sí alcanzó a verlo.
Fuente: Espacio Latino.com

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