LA CULTURA LÚDICA: EL CARNAVAL, PARAÍSO DE LA MATERIA

En su obra La historia de la sensibilidad en el Uruguay (1989-1990) aborda entre otros temas al Carnaval. Tal como lo testimonia el presente artículo.

Autor: José Pedro Barrán
Durante el Carnaval “Bárbaro” se jugaba entre hombres. Dejemos la palabra al articulista de 1840 y observemos, de paso, cómo propicia el juego entre hombres y mujeres como un primer paso en el proceso de la “civilización”, o sea, de la tendencia a tornarlo menos agresivo: “El juego de Carnaval ha sido grosero, los hombres jugaban con los hombres (…) Si el acometido se incomodaba, entonces se alzaba una algazara tremenda y algunos hombres formales en el cuerpo, mas no en el juicio, tomaban la defensa de la cuadrilla de muchachos y tenían lugar escenas de insultos y aún se dice de palos. Si el juego de Carnaval puede ser tolerable y permitido entre ambos sexos, él pierde todo el placer cuando es entre un sexo y brutal. No se ha visto que las señoras mojen a otras señoras, sea dicho en honor de ellas, pero sí que los hombres arrojen agua, huevos, polvos, gatos, tarros y piedras a los otros hombres con disfraz o sin él”.
En estas décadas se siguió entre hombres, pero a su lado y ganando lugar año a año hasta convertirse en los últimos años de la época “bárbara” en lo predominante, se jugó sobre todo entre hombres y mujeres.
Todos sentían que ese juego entre hombres y mujeres contenía una alta cuota de erotismo, en sí mismo y por sus derivaciones. Lo dijo con franqueza el periodista de “La Tribuna Popular” en febrero de 1888: el Carnaval daba “licencia para entregarse al placer”. Las máscaras, los bailes, el juego con agua, los regalos de confites, todo llevaba al “combate de los sexos”. La licencia sexual asomaba en los relatos periodísticos, como el peculiar intercambio de parejas en un baile de febrero de 1869, relatado por “El Ferrocarril”; en los nombres dados en los carros alegóricos en 1896: “Viejas en huelga”, “Las pesca de los novios”, “Huelga de novios”; en las letras de las canciones de las comparsas carnavalescas. Obsérvense la exaltación y exhibición placentera de la sexualidad en el “tango” que cantaba la “Sociedad Negros Congos” en 1879:

“Solo
Yo soy neglo congo
(…)
Cuando toso juelte
La negla se encoge
Y entonces dejulo
Comienza el amó.

CORO
Este cuerpo etá diciendo
Lo que valgo y lo que soy,
Calavera, prusupueto,
Ma que todo, pá lamó
No hay molena que lesista
(…)

2° Solo
Ya ma de una blanca
cayó en el garlito
porque francamente
Ancina soy yo,
No miando con juelta
Ni clúpulo tengo
Cuando llega el caso
De hace el amó
(…)
Soltera, casalas,
Y viuda lo memo,
Al verme ya sienten,
Como una caló,
Porque toda salen
que ande yo comienso,
Se acaban la pena
Y empieza lamó”

Igual temática, equiparando esta vez el acto sexual con el placer de comer,aparecía en el “Wals”:

No siendo vieja
Como vechucho
Cualquie muchacha
Que veo yo,
me da al momentp
Polo un hambluna
Que la comiela
Sin compasión”

La Sociedad “Estrella Polar” propugnó directamente, en hipérbole machista, para cada hombre, diez mujeres:

“Mejor bocado
Que el de las pollas
Yo lo declaro
No puede haber
Que siendo tiernas
Y bien bonitas
El más bobeta
Se come diez”

Ni las mujeres maduras debían escapar al deseo sexual de los jóvenes en Carnaval:

“Hay pollas que son ampollas
Por lo sasonadas ya;
Con más crestas que las gallinas
Más sin quererlo mostrar
Que a la que le da la chola
Por no dejar de empollar
Aunque cacaree de vieja
Los pollos cifran su afán”.

Todos lo sabían y algunos lo lamentaban: en esos días caía el “pudor” y el “recato” femenino. Lo lamentaban los adelantados de la sensibilidad “civilizada”, el Ministro de Gobierno, José Ellauri, en 1831, y el Jefe Político y de Policía, Manuel Vicente Pagola, en 1840, cuando condenaban a “los que se libran a procedimeinto torpes” en esos días.
Pero esas “caídas” las acceptaban los más. En 1839, “El Nacional” transcribió un artículo de un peródico de Buenos Aires donde se leía:
“Qué se pierde con que las chicas tengan tres días de confianza, después quetodo el año se están mirando sin tocarse como si fueran alfeñiques?”. Pintó el joven poeta romántico Heraaclio C. Fajardo esta escena en 1856: “Ya es una joven cuya azotea ha sido asaltada y se debate en los brazos de sus frenéticos agresores, que no trepidan en estropear su pudor por estrellar una docena de olorosos huevos en su casto seno, que hacen trizas su vestido, desgreñan sus cabellos y machucan su cuerpo delicado. Resultado físico: diez día de cama; un constipado; una pulmonía. Idem moral: tantos grados de deterioro de pudor y honestidad”.
Al año siguiente, escribió el mismo periodista en “EL Eco Uruguayo”: “Los enamorados, especialmente, tienen en esa época del año la coyuntura más propicia para la realización de sus eróticos proyectos, y la acogen como el maná del cielo (…) Cuantas citas se tienen aplazadas para el carnaval?
Cuántas promesas suelen tener realización en esos días de demencia general! Y también, qué serie de consecuencias funestas como chistosas (…) y entrevistas otorgadas en medio de la excitación febril de los sentidos! (…) Es preciso no tener en la tierra seres queridos, como hijas o hermanas (…) para amar el carnaval como desgraciadamente se entiende entre nosotros todavía”.
En 1835, el redactor de “El Universal ” alertó a los padres:” El juego de Carnaval es de tal naturaleza que (…) allana todos los obstáculos del respeeo entre uno y otro sexo; autoriza las pequeñas tentativas (…) se empieza por ligeras gotas arrojadas con delicadeza para acabar después con baldes de agua y otras librertades que el decoro reprueba y de que se prevalece el hombre inmoral”.
Jóvenes “castas” atacadas en sus azoteas por jovencitos “desenfrenados”, he ahí el cuadro que pintó el católico Heraclio C. Fajardo en 1856.
Contrapongámoslo al del liberal Daniel Muñoz que ubicó la escena hacia 1868: los jóvenes asaltantes de una sala llena de mujeres, huyen derrotados, “el menos listo (queda solo) encerrado dentro de un círculo femenino, que no por serlo era menos terrible, y entonces pagaba él la calaverada. Esta lo aturde con un jarro de agua en los ojos, aquella un balde lleno en la cabeza, la otra lo pellizca de un brazo, tironéalo la de más allá de las orejas hasta que (…) lo zambullen dentro de la tina”. Ahora las “que se prevalecen” son las “inmorales” mujeres…
Las transgresiones en el Carnaval europeo del siglo XVII testimonian lo lejos que estaba el mundo del revés que se instalaba esos tres días, del mundo del derecho vigente el resto del año, diferenciadísimo éste en lo social, cultural y económico.
En el Uruguay “bárbaro”, en cambio, las transgresiones revelan lo cerca que estaba el mundo del revés de la realidad de todos los días. El protagonismo de las mujeres durante el Carnaval era, en parte, un hecho derivado de su relativa independencia ante los hombres; las burlas a la Autoridad y las jerarquías del orden social, se conectaban con el escaso poder real del Gobierno y el igualitarismo reinante; la sexualidad libre de las carnestolendas, era un episodio extremo pero vinculado, como luego observaremos, al “frenesí en el uso de la Venus”, común en la cultura “bárbara”; y lo más original del Carnaval, dejar sueltas las pulsiones, resultaba ser una especie de clímax de la tendencia de aquella cultura a reprimirlas escasamente.
El Carnaval uruguayo “bárbaro”, un paraíso de la materia, una tierra de jauja en quewse comía, se bebía y se jugaba sin límites, se practicaba el arte erótico y se vivía sin trabajar, no estaba tan lejos de la realidad económica y social de aquellos tiempos en que el país obtenía con los cueros y tan poco trabajo, tanto dinero. Aquí, el mundo del derecho ya estaba bastante al revés. Y eso hacía que el mundo del Carnaval no fuera tan excepcional y resultara algo así como la culminación de ciertos rasgos del mundo del derecho.
Esta evolución del juego entre hombres y entre hombres y mujeres al juego casi exclusivamente entre hombres y mujeres, ocurrió a medida que se avanzó hacia la cultura “civilizada”. Esta implicó roles sexuales muy diferenciados convertidos a su vez en roles de dominante – el hombre – ,y dominado – la mujer.

PERFIL DEL AUTOR

José Pedro Barrán nació en Fray Bentos el 26 de febrero de 1934, casado y con un hijo. Historiador egresado del Instituto de Profesores Artigas (IPA), ejerciendo su profesión como docente en Secundaria hasta 1978, cuando por decisión de la dictadura fue sumariado. También ejerció el periodismo como columnista del semanario Marcha. Tras el retorno a la democracia, volvió a la cátedra en el Departamento de Historia del Uruguay de la Facultad de Humanidades, hasta hace algunos meses se desempeñó en el Codicen y fue uno de los autores de la nueva historia uruguaya. Por más datos se puede consultar en: http://www.fhuce.edu.uy/academica/cienciasHistoricas/uruguaya/cvitae/Barran-CV.pdf

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