LA SERPENTINA

El presente aporte ha sido extraído de la obra “Gardel, Onetti y algo más”, publicada por Editorial Alfa, de Montevideo, en 1964.

Autor: Carlos Maggi

Hubo, sí, serpentinas como institución.

La serpentina es una cinta de papel en espiral que, al cruzar el aire, sonríe, acaricia, besa y se queda tendida y hermosa como un recuerdo preferido. Cuando el papel se transformaba en espíritu femenino, solía llamarse serpentina.
El alma de la mujer nació en el paraíso, al conjuro de una serpiente que se enroscaba, y desde entonces la espiral pasó a ser la línea más femenina, la única que parece estar envolviendo, rodeando, solicitando, entre maternal y coqueta. Por eso la serpentina —espiral en el tiempo— es una divina serpiente repentina, que llama la atención y halaga y promete sin dar, y se está dando toda en cuerpo y alma, en un salto ágil, inasible, absurdo, que es siempre un salto mortal. La serpentina es una espiral porque al volar expira.

Cuando la mujer se convirtió en ser de este mundo, con derechos, anatomía y conversación, la serpentina se hizo imposible. Ya no hubo inocentes que pudieran jugar con el corazón en la mano. La niña de las serpentinas se hizo añicos, se quebró en el aire como un cristal transparente, y entonces aparecieron los papelitos, la mujer picada que pone la mano en el hombro y que sabe decir: es cursi, que es como si el espejo se mirara a sí mismo o como si el cangrejo se clasificara entre los crustáceos.
La serpentina del hombre es el tirabuzón, que va de la mano al vino, para buscar la alegría, la misa o la verdad. El tirabuzón es casi una mentira —lo que se llama una hipótesis— hasta que existe la botella. El tirabuzón es mentira entera además, porque no vive, porque no transcurre mientras va girando; el tirabuzón no está en el tiempo, es nada más que la idea pura de la serpentina que el hombre pretende esgrimir. El tirabuzón es falso, de toda falsedad, porque como el caracol o como la ciencia, se desarrolla en espiral, para arrastrarse lentamente en línea recta.
La serpentina, en cambio, se dispara por un solo instante en el aire, dentro de una espiral viva como un verso, está hecha para terminarse. Una serpentina podía ser intensa, profunda, jovial, enamorada, inolvidable. Pero nunca pudo guardarse una serpentina.

Perfil de un creativo

Carlos Maggi nació en Montevideo, en 1922, escritor, periodista y abogado, incursionó en diversos aspectos de la vida intelectual del Uruguay.
Escribió en teatro (“La trastienda”, “La Biblioteca” “La noche de los ángeles inciertos” “El patio de la torcaza”, “Frutos”), ensayo (“El Uruguay y su gente”, “Gardel, Onetti y algo más”), historia (“Artigas y su hijo el Caciquillo”) y narrativa (“Cuentos de humor-amor”). Ganó en seis oportunidades el Premio a la mejor obra de teatro nacional estrenada en el Uruguay
Escribió y dirigió el cortometraje cinematográfico “La raya amarilla”, que ganó el Gran Premio del Festival de Bruselas en 1964.
Redactó la Carta Orgánica del Banco Central del Uruguay y fue directivo del Sodre. Sus notas periodísticas de Marcha y El País (“El producto culto interno”) han tenido gran repercusión
Fuente: Wikipedia en español.

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