EL SINDICATO DE COMPONENTES

Corría el año 2019 cuando un grupo de carnavaleros dijo “Basta”. Durante décadas que nuestra fiesta popular había entrado en una definitiva carrera que la había transformado en un espectáculo para las élites, culturales, intelectuales y económicas.

Joaquín DHoldan @joadoldan

Por aquellos años los dueños de los conjuntos comenzaban los castings de componentes luego de la entrega de premios. Durante la noche de los fallos los contratistas de los componentes más prestigiosos se reunían a escondidas para pactar sus aranceles, la prensa se había dividido en la independiente, que trabajaba en la clandestinidad y la oficial, que elogiaba a los conjuntos que habías sido seleccionados para ganar ese año. El costo de cada espectáculo había encarecido el precio de las entradas, algunas tarjetas de crédito habían creado el abono en cuotas. Había jóvenes dispuestos a pagar para ser utileros. La prueba de admisión era similar al antiguo concurso, se puntuaba vestuario, puesta en escena, había una prueba de admisión previa que filtraba la calidad de la prueba de admisión. El carnaval joven y el carnaval de las promesas eran ya parte de lo mismo, una continuación. Los contratistas usaban esos concursos para fichar talentos. Un canal exclusivo trasmitía para toda América Latina. En los barrios pobres se habían instalado pantallas para ver la liguilla. Los dueños de los conjuntos contrataban barras bravas que hacían de fuerte apoyo. Habían logrado que el mundo girara su mirada sobre nuestro fenómeno cultural más multitudinario. La sociedad DAECPU/ IM funcionaba cada vez mejor, luego de limada las asperezas generacionales.
Algunos componentes y técnicos se reunían en la clandestinidad. No porque estuviera prohibido juntarse, eran amantes de la clandestinidad, de la bohemia, de lo popular. Habían propuesto mil caminos, cientos de alternativas para que el carnaval no perdiera su esencia popular. Había hermosos teatros de verano, tres hermosos teatros. Muchas veces estos carnavaleros hablaban de las esquinas con niños viendo pasar los coches de lujo con integrantes de las principales agrupaciones y sentían que cada vez más, la voz de cada componente era una pieza que tenía un solo objetivo, ganar el concurso, salir campeón, cobrar los premios millonarios.
Corría el año 2019 cuando un grupo de carnavaleros dijo “Basta”. Un conjunto que no había pasado la prueba tuvo la idea de salir a cantar igual, cada noche, gratis, con antiguos trajes, en cooperativa, luego pasaban la gorra y cenaban juntos. Por clubes, cumpleaños, esquinas. Fue tan divertido que algunos decidieron no dar la prueba y participar de ese carnaval paralelo. Eran mucho más los integrantes que formaban ese carnaval que el otro. Algunos técnicos alertados por el fenómeno masivo se involucraron en el mismo, atraídos por la libertad de no tener normas, no tener tiempos, no sufrir categorías, ni puntajes.
Los carnavaleros que se reunían de forma clandestina, animados por este fenómeno registraron por fin el SiTCoC (Sindicato de técnicos y componentes de carnaval). Y ya nada fue igual. El carnaval de las promesas era una fiesta y no un concurso, la murga joven era transgresora como en sus orígenes, los corsos y las llamadas barriales eran fiestas diarias y gratuitas, y el concurso, imprevisible y sorprendente, tenía jurados itinerantes por los barrios, y sólo puntuaba la visión global. El carnaval duraba todo el año, sí. Pero duraba para todos.

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