LOS MITOS Y SUS ORÍGENES

Las primeras celebraciones, el surgimiento de los corsos, el uso de las máscaras y otras tradiciones como los pomitos, papelitos y serpentinas son motivo de esta nota que hemos preparado para conocer más de nuestra fiesta.

Escribe: Enrique Filgueiras

Cuando hablamos del Carnaval siempre manifestamos que es la fiesta popular por excelencia de todos los uruguayos pero, también lo es en diferentes partes del mundo, ya que la costumbre de esta pintoresca actividad nos fue legada por nuestros antepasados de origen hispano y la empezamos a cultivar en el Montevideo colonial. Los primeros manuscritos que se conservan y que aluden al tema se remontan a 1760, aunque no es de descartar que se celebrase con anterioridad a esa fecha.
El origen del Carnaval es confuso. Existen ciertos puntos de contacto con las “Saturnalias”, una fiesta de la cultura helénica que se tributaba en homenaje a Saturno, dios de la siembra y la cosecha, la cual se realizaba en cada primavera en la Grecia imperial.
Tiene mayor semejanza con los “Bacanales”, los cuales se efectuaban al comenzar el año en el Imperio Romano. Esta festividad estaba dedicada a Baco, dios pagano del vino. Precisamente, en aquél entonces, surge el término Carnaval.
En los “Bacanales” surgen varios elementos que aún se conservan: Los desfiles o corsos, los disfraces y los carros alegóricos. Esta festividad daba inicio con el desfile de un cortejo de hombres disfrazados de sátiros, quienes marchaban cantando una especie de himno llamado “Ditirambo”. Encabezando esa procesión iba un sacerdote de Baco, conduciendo un barco sobre ruedas al cual se le denominaba “carrus navalis” (carro marino o naval) y que los romanos pronunciaban sencillamente: “Car navalis”
También por esos años surgió el término “carnestolendas”, palabra compuesta por los vocablos “caro” (carnes) y “tollo” (tapar), aludiendo a los disfraces y máscaras que usaban los integrantes del coro en dicho desfile.
La devoción del hombre por usar máscaras puede rastrearse en el antiguo Egipto o en Grecia, e incluso en el teatro japonés. En el Carnaval, los pioneros en adoptarla fueron los italianos, más precisamente, los naturales de Venecia.
Los románticos veían en las máscaras y antifaces una forma de facilitar relaciones idílicas y apasionados amoríos, aunque preferentemente se las utilizaba para guardar el incógnito y gozar de impunidad en venganzas y conspiraciones, en una forma de festejo muy bárbara y que era el denominador común en aquél entonces.
La costumbre de arrojarse distintos tipos de elementos también fue heredada de los romanos, quienes se divertían tirando con fuerza confites de menta, rosa o anís a la cara de los transeúntes. En el siglo XIX, los franceses adoptaron esa modalidad con el invento de unos coquetos pomitos provistos en su interior de sustancias aromáticas o aguas perfumadas. Los montevideanos recogieron esa iniciativa y solían importar esos pomitos, aunque el alto costo motivó la sustitución del perfume por agua.
El papel picado o papelitos también tiene su historia. La ocurrencia de utilizarlo provino de un obrero de una imprenta parisina, mientras perforaba pliegos de papeles de colores, le llamó la atención el colorido de los redondelitos sobrantes que caían al piso, los juntó y se los regaló a su hijo. El regalo provocó la envidia de los otros niños y los padres empezaron a encargarle al trabajador bolsitas de papel picado. La demanda fue creciente y se forjó una verdadera industria para satisfacer las necesidades de los clientes.
Las serpentinas también tienen origen francés aunque recién se empezaron a utilizar medio siglo después, en la década del 40 del siglo pasado. Una práctica que inmediatamente fue aceptada con el beneplácito de los farristas.

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