LOS ZAMBIS

Con esta entrega, le damos la bienvenida a Joaquín Doldán, que desde su España adoptiva nos hará llegar sus contribuciones para jerarquizar con su pluma esta página. Una vez más, aunque a la distancia lo tendremos junto a su Carnaval del Futuro.

Autor: Joaquín Doldán

Ningún geógrafo estudiará el cruce de Suecia y Portugal. Sin embargo esas cuatro esquinas existen en el Cerro de Montevideo. Las dos calles vienen de típicas bajadas y forman un rincón que ningún novelista va a describir, o quizás si. En determinados momentos uno ve esos lugares desde una útil distancia para darse cuenta del valor de aquella frase: “conoce tu aldea y conocerás el mundo”.
No creo que algún historiador encuentre en ese lugar acontecimientos dignos de plasmar en esquemas con las fechas entre paréntesis. Tampoco nuestra cultura verá a un biógrafo contando las vidas de los personajes que yo tanto quiero, seguramente por ser simples “niños de barrio”.
Solamente algún vidente, de esos que en la Villa abundan, podría nombrar al descuido que en esa esquina hay una fuerte corriente sobrenatural que se desliza del cementerio a la bahía, y de la playa a la única salida por tierra que tiene el barrio, pero no todos creen que eso sea cierto. Solo con mi mejor amigo Fernando, fuimos testigos de que esa no es una esquina cualquiera, pero debo reconocer que a las dos de la mañana en pleno julio uno está propenso a ver de todo en un rincón tan solitario como ese.
De esas calles que se convertían en canchas de paleta en verano, de fútbol en invierno, de bolita en otoño, y de trompo en primavera, ojala alguien, algún día cuente la historia de Gonzalo, el gordo Gustavo, Álvaro, Daniel, Pablo, Nicolás, Fernando y Joaquín. Y digo una, porque hay muchas, y ninguna tiene nada en particular. No hay emoción, sobresaltos, acción, suspenso, mentiras, traiciones, por lo menos no del tipo que estamos acostumbrados a ver en los medios.
Solo veinte años atrás, en un solo grupo de amigos, se podía tener representantes de todas las clases sociales. La pobreza no era miseria. La calle era un salón de juegos, seguro, amplio, con vista al mar, con sombra en verano y sol en invierno, con veredas que servían para jugar al “cordón”, paños que marcaban la cancha, árboles que hacían de arcos, y muros que se convertían en escenarios.
Un verano los ocho inventamos a “Los Zambis”. Decidimos formar nuestro propio grupo de carnaval. Seríamos parodistas, inspirados en “Los Gaby´s”, “Los Klapers´s”. Esos artistas que se pintaban un poco la cara, se vestían iguales, bailaban los mismos movimientos y se burlaban de historias. Todos conocíamos algún vecino que se transformaba en parodista, eran tipos normales todo el año, menos en febrero. Ya no me acuerdo de quien fue la idea, ni de como surgió el nombre, pero antes de olvidarlo debería anotar en algún lado que usábamos un buzo blanco, short azul, y championes blancos. Ensayamos un par de canciones en un garaje, y en un rato escribí la parodia de “Drácula”, cosa normal porque ya era fanático de las historias de terror.
Actuábamos en las casa de los vecinos a cambio de monedas y con eso más lo del judas, nos compramos el único juguete en común de nuestras vidas, una pelota (que aún no sé como, pero los convencí para que fuera celeste y blanca).
Nunca, ni de rebote un periodista habló ni va a hablar de esos parodistas. Y debo confesar que en nuestras pocas temporadas insistimos con el mismo espectáculo hasta el cansancio. Lo único que puedo decir a nuestro favor fue que uno de los días, de uno de esos febreros, tuvimos un reconocimiento. Habíamos ido todos juntos al “Teatro de Barrio”. Nos sentamos expectantes, y vimos que uno de aquellos parodistas que nosotros imitábamos usaron las mismas canciones que nosotros en la despedida, incluso las letras apenas se diferenciaban de las nuestras. Lo festejamos como un premio.
Nadie recordaba a “Los Zambis”, ni yo. Hasta que un día cuando estaba actuando en una ciudad del interior con un grupo del carnaval profesional, se me acercó un muchacho y dijo. “Pensar que debutamos juntos”. Mi amigo tenía razón, y a pesar de que ahora su situación económica lo había marginado de nuestro lado, me habló de lo importante que había sido para él, convivir con un diverso grupo de amigos durante esos años.
En la pared del garaje donde ensayábamos aún hay un graffiti con el nombre del grupo. Es lo único que queda de él. Eso, y la atracción hacia el carnaval que en mi aún perdura.
Casi ninguno de nosotros vive hoy en esa esquina. Y es extraño porque hay más amor en un radio de una cuadra que en todo un planeta.
Todos nos fuimos a buscar algo que un día estuvo allí.
Fernando, que aún transita esas calles, dice que, seguro, esa esquina está llena de fantasmas. Y puede ser, pero el tiempo hace que de a poco uno vaya olvidando, aunque siempre puede aparecer un amigo que te refresque la memoria.

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