LA CRÍTICA DE LA CRÍTICA DE CARNAVAL 2

Una pequeña aclaración previa. Un método que podría llevar este breve “ensayo” o “apuntes” sobre la crítica, sería analizar cada una de las propuestas periodísticas que existen en nuestros medios. Allí hay un amplio abanico, lleno de los más diversos profesionales. Es cierto que al generalizar se diluyen los contenidos, puede pasar que nadie se dé por aludido.

Joaquín DHoldan
@joadoldan

Aludir a algún “comentarista” sería plantear un debate, no es la idea. Nuestro objetivo es hablar, lejos de la “fiebre” y la “pasión de febrero”, de uno de sus protagonistas. Si escuchan, en carnaval, se comenta mucho, se “comentan los comentarios”; se discuten sobre las propuestas, pero también se discuten sobre las discusiones. Se cuestionan los fallos, pero también se pone en tela de juicio lo que la prensa dice de los fallos. De allí que, sin pretensión alguna, queríamos plantear algunas perspectivas de este tema.

Estaría bueno partir de algunos puntos, para profundizar en otros. Creo que la crítica es muy importante, que cumple una función clave en cualquiera de las artes, el carnaval incluido. También creo que, dentro de la subjetividad que implica, se puede elaborar una crítica de calidad en base a experiencia, criterio, objetividad. Algún sagaz podría marcar una contradicción: subjetiva y objetiva. Explico: subjetiva a una perspectiva personal, con sus gustos, su cultura, su mirada. Pero objetiva en la postura artística, incluso política. Una visión aséptica, que no obtenga beneficio alguno de sus dichos, sin intereses particulares. Es esencial en el carnaval de hoy. ¿Acaso queremos que también la crítica la haga DAECPU?

Esa objetivad también se consigue dejando de lados intereses, simpatías, afinidades. Se logra haciendo primar la formación del crítico, y también quitando toda intención que vaya más allá de mejorar cada una de las categorías. O sea, una buena crítica, aporta, construye porque deconstruye. Analizar, cada parte de forma profunda y reflexiva, marcando los errores y remarcando los horrores. Si está a la altura y participa a los integrantes, puede lograr (con el tiempo, y si la otra parte también está a la altura) hacer crecer a cada artista.

Hacer crecer, en lugar de hundirlo.

Pero para eso también hay que recuperar el carnaval. Sanearlo. Hablar claro necesita querer oír.

El artículo pasado hablamos de la importancia de la “imperfección”. Esa inmediatez que hace del carnaval un fenómeno popular. Los espectáculos tienen que tener la magia para que lo entiendan chicos y grandes, gente con una mentalidad más compleja y quienes sólo quieran pasar el rato. Es bueno saber que eso no es una contradicción. Se puede divertir y educar, se puede entretener y criticar. Piensen en cualquier cuplé histórico, ¿acaso no hacían eso? ¿Por qué parece que son posturas distanciadas?

Algunos creen que improvisar es caótico. Los músicos de jazz, por ejemplo, improvisan pero dentro de una calidad y una preparación previa que los aleja del caos y abre la puerta a la genialidad. Mis mejores recuerdos como público en un tablado son con Pinocho Sosa o Carvallo hablando fuera del libreto en una parodia, o el Niño Calatrava haciendo reír a la maestra, o Cachito de León diciendo lo que quería en el “Trío escalera”. Los bailes del “Abrojo” Cadenas no venían en el guión, ni el carisma de Dorta, ni la presencia de Carlitos Prado. Ahora que menciono murguistas: la última vez que me morí de la risa en un tablado fue con el “Upa” García, tuve la suerte de escribir con él para “Don Timoteo”, salimos casi últimos, da igual. No sabía cómo eran los “cuplés” hasta que los vi en el Teatro, eran cuartetas simples, rimas sencillas, algunas obvias, eran puro carnaval. Todos con su inimitable tono, sus personajes eran –todos- él mismo, caminaba hasta atrás del coro, se ponía un sombrero y hacía de novio de Shakira, lo tiraba al suelo (a la vista del público), se ponía una bufanda verde y era un vendedor de la feria. Hacer eso, poder recuperar ese espíritu, sería genial. Muy pocos pueden hacerlo. Muy pocos pueden hacer reír a todo un barrio como el “Upa” con “Las Geishas”. Un brindis por él.

Edith Piaf, (tanto cuando cantaba en la calle, como cuando llenaba los teatros), aparecía con su metro y poco, con un vestido negro, y sola, ahí en medio, hacía temblar el mundo. Eso es arte. No se necesitan cuerpos de baile frenéticos forrados de lentejuelas.

El carnaval tiene que recuperar la calle. En estos últimos años muchos conjuntos estaban más preocupados por el concurso, por Buenos Aires o por los teatros para invierno que por los tablados. No los integrantes, que cobran por tablado. Me refiero a quienes manejan el carnaval.

El carnaval tiene que recuperar la calle. Recorrer el interior. ¿Por qué no hay un circuito entre ciudades para trabajar todo el año? ¿Por qué no se canta en las esquinas?

Se puede recuperar la voz de la calle, yo creo que SI. Es tan fácil como- por ejemplo- habilitar un voto popular dentro de los tablados municipales que influya directamente en los fallos del concurso.

En una reunión con gente vinculada al carnaval de Cádiz (periodistas, integrantes) les mostré algunos conjuntos ganadores del nuestro en el 2016. Comentaban “se nota que es más profesional, por momentos no parece carnaval”. Sentí lo del Principito cuando descubre que su rosa no es la única, ni la mejor. Entiendo a que se referían porque yo lo había notado. El carnaval de Cádiz es callejero, está lleno de chirigotas “ilegales” cantando por ahí. Y en cuanto al concurso: no hay puesta en escena (una carencia no es una virtud) pero lo que sí es una virtud es que cantan (todo el rato). Hacen reír cantando, con simpleza y eficacia. Y son concretos. Nuestros espectáculos son eternos. A algunos, que tienen otros medios para lucirse (los lubolos en las llamadas, sin ir más lejos), se les pide una pieza larga, que se hace interminable. A los de Cádiz les encantan nuestras murgas, pero todos coinciden en que hablan mucho. Mientras yo intentaba convencerlos que la nuestra era más linda y más larga (a la fiesta me refiero), me daba cuenta que hay minutos de más, incluso días de más. La duración, de la que tanto presumimos, tampoco es una virtud. No lo está siendo. Pensé en la prueba de admisión, si esos son los que pasaron, ¿cómo son los están quedando afuera? Los de Cádiz se agarraron la cabeza cuando les conté que Araca no había pasado la prueba. “Pero si son mejores que muchos de estos”, dijeron señalando a los parodistas que en ese momento bailaban coordinadísimos.

La bohemia en sí, no escribe libretos, pero el contacto con la calle les da contenidos. Esos contenidos no están en twiter, ni en TV, esa sensación no la dicen los medios.

En 1999 Gandini fue a un ensayo de “Los Carlitos” y al terminar se acercó y nos dijo ( Leo Pereyra y yo éramos los libretistas) que deberíamos “igualar”. “Dan palos sólo para la derecha”, agregó. “Igualá lo que dicen en la tele o los diarios y nosotros nos lo pensamos”, fue lo que más o menos le contestamos. Cualquier persona vinculada al poder (de derecha o de izquierda) debe entender que la función del carnaval no es “igualar” un mensaje, ni defender una postura o un partido político.

Irónicamente, la Crítica, (o sea todo lo que hemos hablado de la crítica), se debe aplicar a sus contenidos. En el carnaval no vale que el partido de gobierno sea el menos malo, hay que gritar sus defectos, gritarlos en voz alta, y de forma irreverente.

¡Vamos arriba muchachos!, estamos venerando a un dios pagano. Ese mes somos los discípulos/as de un dios vicioso y noctámbulo, que se pinta la cara para insultar a los ministros, a la oposición o a quien sea, y que el público vea si esa es su voz o no (votando en los fallos por ejemplo). Que sean otros los que les hagan los mandados. Si el gobierno o la oposición, (sea del partido que sea) hace algo bien, ya se encargarán ellos de decirlo. Nosotros cantamos lo de la calle, lo de nuestra calle.

Si la gente que hace carnaval se hace eco de lo que pasa en la tele, se manejan códigos comerciales, pero se hace algo peor, se deja de lado la esencia por pura comodidad. ¿Se puede hacer un show perfecto técnicamente pero horriblemente superficial y culturalmente nocivo?, por supuesto. Tinelli es un buen ejemplo. ¿Es lo que la gente quiere ver? ¿Cómo saben? ¿Preguntaron puerta a puerta? ¿O apuestan a una masa que ya conocen? ¿No habrá otra, quizás mayor, que disfrutaría de otros contenidos? Hay un interesante estudio que cambiando el público donde se mide el “share” se deben cambiar los contenidos. El pico de espectadores en España durante un minuto de oro, o sea cuando más gente está mirando tele, son tres millones de personas, todo un Uruguay. Son muchos, si, pero ¿son la mayoría? Claro que no, en España hay 47 millones de personas.

¿Estoy queriendo decir que debemos apuntar a otro público? NO. Lo que digo es que los espectáculos que hacemos son los que sabemos, por cultura, por pereza o por decisión. Pero deberíamos buscar algo más. Se llama excelencia. Dar el máximo, que ya dije, no es lo perfecto, a veces al contrario. Lo mejor es lo que nosotros queremos decir. La música que nos conmueve, (no la que nos meten a prepo). El humor que buscamos (no el que nos dictan). Las coreografías que inventamos, (no las que copiamos). Nuestro gusto. Nuestros trajes. Es de las pocas cosas que nadie nos va robar, es nuestra identidad.

¿Tiene todo esto que ver con la crítica de carnaval? Por supuesto. Si la prensa fomenta, difunde y alimenta un modelo, logramos que uno de los participantes claves del carnaval incline la balanza. Puede hacer presión sobre las autoridades. DAECPU son las empresas, y tristemente tienen más potestad de lo que deberían. La IMM es otro de sus protagonistas claves, pero son cargos políticos, nadie nos asegura sepan de carnaval. A veces pueden poner buenos técnicos de teatro, o gente que iba mucho al tablado de Malvin, pero no sabemos si esos cargos estén en manos de gente que ame el carnaval. ¿Quiénes quedan? ¿Quiénes nos quedan a los integrantes y técnicos que tienen en el carnaval un medio de vida y de trabajo? ¿Cómo podemos proteger a los artistas? Y más aún ¿quién favorece al público? ¿Quién les asegura la calidad más allá de lo obvio? ¿Quién favorece un carnaval mejor?

La crítica es más útil de lo que creemos.

Una opinión no construye nada, en cambio la crítica construye opinión.

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