DIOS MOMO NO QUISO SALIR

Ayer se iba a llevar a cabo la tercera etapa de la liguilla del Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalescas. Las excelentes actuaciones ocurridas hasta el momento en la mencionada instancia, alimentaron una gran expectativa.

Autor: Pablo Tosquellas
(Publicado en Ultimas Noticias, Marzo 2000)
Los simpatizantes de los diferentes conjuntos arribaron temprano a DAECPU para comprar sus localidades. A las nueve de la mañana – una hora antes de habilitarse las boleterías – la fila conformada por las personas ávidas de sus tickets era extensa. Los hinchas – algunos ya ataviados con distintivos del conjunto de sus amores – mataban la ansiedad imaginando la actuación de la noche; tarareando las notas de las canciones y recitando los versos. Nadie miraba el cielo. A partir de las 10 de la mañana, y a medida que obtuvieron sus boletos, para los hinchas la fantasía dejó paso a la realidad; tenían entre sus manos el pasaporte que los iba a conducir al momento deseado: ver a sus conjuntos favoritos sobre las tablas del “Ramón Collazo”.
Al mismo tiempo, los distintos integrantes de los conjuntos que esa noche actuarían, escudriñaban sus relojes, y así comenzaban con la cuenta regresiva que desembocaría en la hora deseada. Pero no miraban el cielo. Durante las primeras horas de la tarde, los nervios eran más intensos. En sus cabezas no había lugar para otra cosa que el show. Todo intento por calmar la ansiedad se hacía inútil. Unas minutos después, fueron arribando al local de ensayo para ultimar los detalles y repasar los cambios previstos para la actuación. Acaso una excusa para compartir las ansiedades y acelerar – aunque sea tan solo una utopía – el paso del tiempo. Pero en estas ocasiones las agujas del reloj siempre conspiran contra la tranquilidad de los hombres; los segundos son horas y los minutos días enteros.
De pronto el cielo comenzó a emitir las primeras señales: los truenos sonaron como rezongos de Dios Momo. Algunos carnavaleros pensaron: a relámpagos necios, oídos sordos. Entonces, hicieron como que no escucharon nada y continuaron planeando e imaginando la noche más deseada. Nada, hasta el momento, se los podía impedir. Si bien alguien les susurró como un lamento los pronósticos de meteorología, ellos seguían impávidos sumergidos en sus ilusiones. Dispuestos a desafiar con todas las armas, a quien quisiera arruinarles la jornada; menuda necedad del hombre, la de pelear contra el destino.
Luego los signos del cielo dejaron de ser señales, para ser anuncios concretos. La lluvia no era una alucinación, sino una maldición. Ahora todos miraron al cielo. Las primeras gotas fueron tenues. Pero, enseguida, como descartando toda esperanza, la tormenta sobrevino. El cielo, a través de sus imprudentes lágrimas, anunció la mala noticia: Dios Momo no saldría a ofrendarnos su alegría. Decidió permanecer en su madriguera, por lo menos, un día más. Las preguntas comenzaron a flotar en el aire: ¿Estará cansado?, ¿se habrá enojado por algo?, ¿capaz que se rayó y no quiso salir?… ¡Quién sabe!…
Los hinchas que concurrirían esa noche, guardaron su ticket en un cajón junto con la desilusión. Todas las fantasías se inundaron y no existía salvavidas que las rescataran del ahogo. Por su parte, los integrantes de los conjuntos, comenzaron a masticar su bronca.
La pregunta del periodista surge como un reclamo: ¿Qué hacen los carnavaleros cuando no hay fiesta?. Quizá algunos se junten en la cantina para despistar la madrugada entre humos y tragos. Otros seguramente aprovechen la ocasión para compartir una velada con la familia. No lo sé. Probablemente, ningún artilugio sea útil para ahuyentar la angustia. Así, la noche se les hace interminable y durante el terco insomnio recrean la actuación planeada.

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